Comentario
Ha sido tradicional contemplar la evolución histórica de las sociedades isleñas como esencialmente diferente de lo acontecido en otros territorios que formaron parte del Imperio romano en Occidente. Buena parte de ello se ha debido al tradicional énfasis nacionalista de la Historiografía inglesa y también a la visión de la inexplicable guerra entre invasores germanos e indígenas celtorromanos que se dibuja en fuentes tardías, como son la "Historia de los Britones" no anterior al siglo IX y varios poemas épicos galeses, o de carácter moralista y tendencioso como la obra de Gildas (hacia 540) "Sobre la ruina de los britones". En todo caso la explotación de los testimonios toponímicos y una investigación arqueológica reciente en antiguos lugares de ocupación romana están arrojando más y diferente luz sobre esta tradicional Edad oscura ("Dark Age").
Así aparecen hoy día algunos puntos claros. En primer lugar, tras el abandono de la Gran Bretaña por el grueso de las tropas imperiales con la marcha del usurpador Constantino III al continente en el 407, la isla se habría visto sometida a una serie de raids y penetraciones constantes por parte de los pictos, desde Escocia, y de los irlandeses. Para protegerse de unos y otros es muy posible que los celtorromanos tratasen de conseguir el apoyo como foederati de grupos de sajones, que ya venían frecuentando sus costas con anterioridad con periódicas razzias anfibias. De ello resultaría el asentamiento creciente de grupos sajones, organizados según el marco de la soberanía doméstica germánica, en puntos del norte y este de la isla. Incluso es posible que Aecio hacia el 443 tratase de llegar a un acuerdo de federación con ellos, en su intento de restauración imperial en toda la antigua Prefectura de las Galias. En todo caso, el hecho fundamental de la historia británica hasta mediados del siglo VI no sería el de la hostilidad atávica y constante de celto-romanos y sajones como la desaparición de todo poder central. En su lugar surgiría una multiplicidad de pequeños reinos o principados, basados en algún lugar fortificado y en un grupo militar vinculado a un linaje nobiliario. Pero en el seno de éstos podían vivir gentes de habla céltica o germánica, pudiéndose dar alianzas militares entre unos y otros con independencia de la adscripción lingüística de su jefe. Y desde luego no cabe duda que en las tierras bajas de la isla continuarían viviendo grupos de su anterior población celto-romana, no obstante su fundamental germanización lingüística a mediados del siglo VI.
La Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo VI se nos presenta así como un mosaico de pequeños y lábiles reinos dominados por una nobleza de auténticos señores de la guerra. En la más rica y sajonizada región meridional ciertamente surgiría entonces una cierta primacía del Reino de Wessex, en tiempos de su rey Ceawlin (hacia 556-593); aunque en modo alguno se puede prestar atención a datos genealógicos que la propaganda wessica posterior construyó para justificar pretensiones hegemónicas de determinada familia.
Sin embargo, a principios del siglo VII las dos unidades políticas más poderosas de la isla eran el Reino de Kent, en el sudeste, con Etelberto (565?-616), y el de Nortumbria, al norte, con Etelfrido (hacia 593-617). El primero de ellos protagonizaría un hecho considerado esencial por la historiografía posterior ("Historia eclesiástica" de Beda el Venerable): su conversión al catolicismo romano mediante la misión enviada por el papa Gregorio el Grande en el 597 y conducida por Agustín, que se convertiría en el primer obispo de Canterbury. Conversión en la que habría tenido también su papel la esposa del rey, una princesa merovingia. Facilidad de la cristianización que también se explicaría por la continuidad de grupos cristianos celto-romanos en antiguos centros urbanos tardorromanos. Junto a ello y a la misión romana, el Cristianismo también se impondría en las pequeñas cortes reales de la época merced a misioneros irlandeses. Estos influjos serían dominantes en Nortumbria a partir del reinado de Oswaldo (633-642), imponiéndose a una primera conversión dinástica procedente de Kent en el 625. Sería sólo tras el Sínodo de Whitby (664), con su debate sobre las liturgias romana e irlandesa de la Pascua, cuando se impondría en Nortumbria el influjo romano.
Paradójicamente, sin embargo, para aquellas fechas el poder de Kent estaba eclipsado, y en su lugar se había establecido una clara hegemonía de Mercia. Este reino había sido el producto de la unión de una serie de principados mas pequeños, que todavía se detectaban en el siglo VIII en la lista de tributos del reino conocida como "Tribal Hideage"; debiendo su éxito final a haber englobado otro reino en trance de expansión, conocido como el de los anglos de en medio. Dicha primacía de Mercia sería en gran parte la obra del rey Penda (626?-655), que supo contar con la alianza de príncipes galeses contra la amenaza que representaba la expansión meridional del rey Edwin de Nortumbria (617-632), derrotado y muerto en la batalla de Hatfield Chase, éxito renovado después en la de Maserfelth. Tras la cristianización de Mercia en torno a mediados del siglo VII y merced a influjos irlandeses y nortumbrios, y un pequeño eclipse, el siglo VIII se abriría con la incontestable superioridad del Reino de Mercia en toda la región meridional, oriental y central de la Gran Bretaña.